Se aceptan cohechos impropios, especias y metálico

lunes, 11 de junio de 2012

El moro bueno


 No es el buen salvaje, aquella alma caritativa descrita por Cristóbal Colón cuando creyó haber encontrado el paraíso original. Es el moro bueno, otro de los grandes arquetipos universales de la cultura española, como el pícaro o don Juan, que nació en el Romancero y fue sustento para la fantasiosa literatura del Romanticismo. Entre ambos, Cervantes no pudo hallarlo, si acaso alguna mora que por renegada y enamoradiza merecía menos su desprecio; y Shakespeare lo intentó con otro renegado al servicio de un reino cristiano, pero omitiendo cualquier mención a su ideología islámica para que no apedrearan a los actores.

Tras el Romanticismo, aquella fascinación por la esclavitud y los harenes llenos de hermosas mujeres, lo del moro de paz pasó a mejor vida esperando su momento. Secuestrar, mutilar y esclavizar mujeres sigue siendo exótico para el idiota occidental, pero ya no es chic. A finales del siglo XX reaparece bajo la consigna "musulmán moderado", y a principios del XXI nuestro "musulmán moderado" es, además, "indignado" primaveral. Desde entonces andan nuestros políticos y "gentes de la cultura" (una forma de llamar al mercenario de los políticos) buscando un moro bueno sin encontrarlo.


  Durante esta semana el analista de temas islámicos Daniel Pipes ha recordado uno de esos libros de éxito internacional que blanquean el islamismo, edición de lujo, lleno de fotos. Cita un párrafo que resume el libro: «Endeble y decadente en tiempos, la remota civilización de los árabes está siendo asolada hoy por revitalizantes vientos de cambio. Un fructífero tipo de desorden está reemplazando al viejo patrón inmóvil de vida». Parece de hoy mismo, hablando de primaveras árabes, pero en realidad se trata del volumen titulado El Mundo Árabe, publicado en 1962 por la revista Life. Hace medio siglo ya consideraban el islam pasado como “endeble y decadente”, mientras que su presente estaba marcado por “revitalizantes vientos de cambio”. ¿Son cosas mías o hay una marmota escondida?

Toda la segunda mitad del siglo XX identificó al "moro bueno" con mahometano socialista y panarabista. Un año antes de salir el citado libro, en 1961, terminó el experimento de unir Egipto y Siria en un solo país socialista. Dos años después, 1964, el artífice de aquella unión, Gamal Abdel Nasser, fue condecorado por Nikita Khrushchev con el título de Héroe de la Unión Soviética y la Orden de Lenin, además de pasar a presidir la más alineada de las asociaciones, el Movimiento de Países No Alineados. Nuestro moro era bueno porque era un moro progresista, una especie de santo laico para que el aparato propagandístico occidental pudiera exhibir a su mascota, el buen moro socialista. Pero la historia y las hemerotecas son crueles, así que nuestras "gentes de la cultura" deben ignorarlas si quieren seguir aferrados al mito. La realidad no debe imponerse a los mitos, faltaría más, aunque siempre hay algún Winston Smith molestando al Ministerio de la Verdad.

 Con la llegada del nuevo siglo todo cambió, ya no es posible conjugar en la misma frase socialismo y libertad, así que nuestro moro bueno dejó de ser socialista. A la fuerza ahorcan. El socialismo se reveló, oh sorpresa, como una manera científica de opresión y genocidio. Desde el 11 de septiembre de 2001, el moro bueno es el moro demócrata, como contraposición al moro socialista. Los mayores alegatos a favor de la democracia en el mundo islámico se pueden encontrar en la revista de Al Qaeda, Inspire. Los de Bin -comida para peces- Laden quieren elecciones, que el pueblo exprese sus preferencias. El 2 de diciembre de 2010, Foro Pew publicó los resultados de una macroencuesta realizada en Egipto, Turquía, Líbano, Jordania, Pakistán, Indonesia y Nigeria. En sus resultados para Egipto, donde ahora se dirimen las elecciones, El 84% de los egipcios considera que si alguien abandona su religión islámica, ya sea por ateísmo o por otra fe, debe ser castigado con la muerte. Limpio, sencillo y democrático, al que reniegue de Mahoma, se le mata y ya está. El 77% afirma que al ladrón hay que cortarle las manos. El 95% considera que el islamismo político es bueno, un 3% no sabe y solo un dos por cien lo ven como algo malo. El 82% piensa que a las adúlteras se las debe punir a bastonazos en público, lo cual es un gran avance progresista, puesto que en otros países musulmanes la pena por “relaciones ilícitas” (todas las que así considere un varón) se penan con la muerte a pedradas. Democracia en estado puro: un encuestador pregunta de manera anónima, y el pueblo soberano responde. Intisar Sharif Abdallah, una mujer de 20 años con tres hijos, lleva mes y medio condenada a muerte por  lapidación en Sudán, dando el pecho a su bebé de cuatro meses. Fue juzgada en árabe –idioma que no entiende- sin traductor ni abogado, por tener supuestamente relaciones con un hombre que lo negó todo. A los sudaneses les gusta la ley islámica, es lo que quieren: democracia.

Así que desde comienzos de siglo anda el mundo islámico sustituyendo a la Internacional Socialista por eso que llaman democracia. En octubre de 2001, habiendo transcurrido menos de un mes desde los ataques al World Trade Center y el Pentágono, se inicia la invasión de Afganistán. En 2003 caía Sadam Husein en la República Socialista de Irak, que presidía el Partido Socialista Árabe Baaz y cuyo lema era “Unidad, Libertad, Socialismo”. En Palestina mientras tanto, gobierna Al Fatah, miembro consultor de la Internacional Socialista. Cuando a principios de 2005 realizaron elecciones en Gaza, la banda terrorista Hamas logró una aplastante victoria, e inmediatamente se enzarzaron en una guerra civil que todavía dura. En diciembre de 2010 se iniciaba la revuelta de Túnez contra el régimen de Ben Alí, presidente del Rassemblement Constitutionnel Démocratique, miembro pleno de la Internacional Socialista. El 25 de enero se desataban las protestas en Egipto contra el régimen de Hosni Mubarak, presidente del Partido Nacional Democrático y miembro pleno de la Internacional Socialista. Ese mismo mes empiezan las revueltas en Libia, contra el régimen de Muamar al Gadafi, creador y presidente de la Jamahiriya Árabe Popular y Socialista. El «Che Guevara árabe», lo llamaban, «líder fraternal y guía de la revolución». Lo mismo para el Estado Socialista de Siria con Bashar al Assad, presidente del Partido Árabe Socialista Baaz. En definitiva, todo el armazón musulmán socialista que empezó con Gamal Abdel Nasser en el Egipto de los años cincuenta, se vino abajo. Nasser, presidente del Partido Unión Árabe Socialista, ya no es un referente para los musulmanes. El experimento de combinar dos ideologías totalitarias, socialismo e islamismo, había terminado.

 El gran arabista español, Serafín Fanjul, describe perfectamente el mito: «Frente al moro "fino" (en el sentido de astuto) o el moro de guerra, la literatura crea el buen moro, para poder tratar con él, al menos a través de la ficción y la lectura». Es una proyección del voluntarismo occidental, americano y europeo, que sigue incansable su infructuosa búsqueda. Como dice Fanjul: «no significa que no haya musulmanes tranquilos y pacíficos, sino que como categoría política tal personaje es inencontrable». Nuestro buen salvaje es bueno porque no existe. Al caníbal hay que llamarlo indígena, se come al que pilla pero lo hace moderadamente; al que asesina mujeres y homosexuales se le inscribe en un cursillo de rehabilitación, siempre sin ofender sus "peculiaridades culturales". Porque el islamista es en el fondo moderado, un moro bueno, aunque él no lo sepa.

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